martes, 21 de febrero de 2017

Nace un mito

 
 


Siempre he oído que Norteamérica no puede alardear de tener una historia tan vieja como la historia de Europa, y seguramente eso es cierto, pero en poco más de tres siglos ha acumulado páginas históricas algunas de las cuales han cambiado el curso de la historia mundial. Siempre he tenido interés por las historias del viejo oeste, o mejor dicho, interés por las historias del oeste americano, y en este caso estoy pensando en unos hechos que protagonizó el general George Armstrong Custer, cuya vida acabó abruptamente un 25 de junio de 1876 en la célebre batalla de Little Big Horn, en el estado de Montana. Hablemos de esa batalla.



Hoy en día el sitio llamado Litte Big Horn es el campo de batalla convertido en un singular cementerio, es un monumento nacional muy visitado por nacionales y extranjeros. Es el único cementerio militar en donde los soldados que murieron están enterrados exactamente en el mismo lugar en el que cayeron, por eso las lápidas no están alienadas sino esparcidas aleatoriamente como si un campesino hubiera cogido un puñado de semillas y las hubiera lanzado para que cayeran donde quisieran, y justo en la colina conocida como “la colina de la última batalla”, en medio de todas las lápidas blancas, en medio de todas ellas sobresale una lápida negra, marca el sitio en el que cayó muerto el rubio general Custer.

 
¿Cómo transcurrió aquella batalla? No fue nada glorioso. Parece que Custer cometió un error de apreciación y pensó que allí solo habrían unos pocos guerreros con sus familias, por esa razón dividió al famoso 7º de Caballería en tres grupos que se alejaron entre sí dirigiendo él uno de los grupos, en total le seguían unos 211 hombres. Pero al llegar Custer al lugar pensado se encontró con que le hicieron frente más de 1000 1.000 guerreros siux y cheyennes, el ataque indio no lo dirigió Toro Sentado sino Caballo Loco.
Los soldados fueron separados en grupos aislados más pequeños, y aunque tenían armamento más preciso (los “modernos” rifles Springfield de un solo disparo cada vez) que podía hacer blanco a unos 500 metros, los nativos americanos llevaban sus armas tradicionales y rifles de todas las clases, sobre todo winchesters, que para hacer blanco se tenían que acercar a 100 metros de distancia pero que como contrapartida podían hacer 10 o 12 disparos en el mismo tiempo que los springfields de los soldados solo podían disparar una vez. Alrededor de donde los soldados cayeron muertos se han encontrado balas de muchas armas diferentes.
Además, los nativos americanos pelearon con las eficaces tácticas de cazadores y conocían el terreno perfectamente, no hubo demasiadas bajas de indios. Lo que ha sorprendido a los modernos investigadores es la posición de muchos soldados (sus lápidas), se pensaba que algunos de los soldados habían podio forma lo que en caballería se decía “línea de defensa”, que era la formación de una línea en donde los soldados se distanciaban unos 5 o 6 metros entre sí y disparaban. Pero aquella supuesta línea de defensa parece que es otra cosa muy diferente, parece que es la dirección en la que algunos asustados soldados huían y cayeron muertos a unos pasos unos de otros. En ese mismo lugar se han encontrado muy pocos casquillos militares y sí algunas balas que se les cayeron enteras al suelo y muchas variadas balas de los nativos. Fue un total desastre militar.


Cuando ya comenzaban a escasear los disparos de todos los lados, los nativos se echaron encima de los moribundos y los destrozaron a golpes de maza, los mutilaron y les arrancaron la cabellera. Unos días más tarde, cuando allí ya no quedaban indios, llegaron los del resto del 7º y enterraron a los muertos incluido el general Custer, pero un tiempo después    llegó otra columna militar de auxilio y exhumaron el destrozado cuerpo del rubio general y, posiblemente, lo enterraron en terreno de la Academia Militar de WestPoint, que está al norte de Nueva York, y aquí nació el mito.




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