martes, 24 de enero de 2017

Esperando a los dioses 3




Con algunos diferentes matices, las viejas leyendas centroamericanas hablan de un personaje blanco y con barba que llegó sobre una serpiente emplumada o sobre un ave voladora, y al que más tarde llamaron Quetzalcoatl, este personaje o aquellos a los que él representaba les enseñaron a los nativos las artes científicas y artísticas. Los que vivimos en el siglo XXI nos tomamos estas leyendas centroamericanas como parte del folklore de esas gentes, pero ¿y si esas leyendas encierran algo más?

Imaginen ustedes, amigos lectores, lo siguiente. Unas gentes sencillas llevan siglos viviendo apaciblemente en un entorno al que se han adaptado, jamás han visto alguien diferente a ellos y por supuesto no saben qué es un barco. Un buen día alguien mira hacia el horizonte, hacia el naciente, y observa algo muy extraño: un objeto se acerca con algo que se mueve sobre él, y no se les ocurre otra cosa que comparar aquella extraña visión con algo emplumado que vuela y que agita sus alas. Acaban de ver su primer barco con sus velas agitadas por el viento. Pero ellos todavía no lo saben.



No tiene nada de extraño esta forma de describir algo que nunca han visto, felizmente tenemos otro caso mucho más cercano a nosotros y que podemos entender perfectamente. ¿Cómo llamaron los nativos americanos, los mal llamados indios, al primer tren que vieron? Lo llamaron “El Caballo de Hierro”, era la descripción más cercana a lo que ellos conocían, pero los que vivimos en el siglo XXI no decimos que eso sea una exageración folklórica sino una forma de describir lo que nunca habían visto. ¿Por qué no hacemos lo mismo cuando los nativos centroamericanos describen el probable primer barco que vieron y lo compararon con algo que volaba, que en realidad eran las velas del barco agitadas por el viento?



 No sabemos, pero a juzgar por los resultados posteriores aquellos primeros encuentros entre los nativos centroamericanos, que eran barbilampiños, con los extranjeros llegados desde el nacimiento del sol, que eran blancos y barbudos, fueron muy buenos. Allí encontrarían los extranjeros un metal al que los nativos no le daban tanta importancia, el oro, y en la parte de la península que luego llamaremos México encontraron los pavos reales, las mismas aves que los fenicios le llevaban al rey Salomón una vez cada tres años, sí, porque los pavos reales también son originarios a México. Pero aquello no fue un saqueo, aquello fue un intercambio de bienes y benefició a ambas partes. Los extranjeros barbudos les enseñaron a los nativos el arte de trabajar la piedra, recuerden que Salomón prefirió a los maestros canteros de Fenicia antes que a los arquitectos egipcios, también les enseñaron astronomía, cirugía, y cómo no, la costumbre religiosa de hacer sacrificios humanos, esto era típico de los fenicios. Posiblemente los fenicios establecieron alguna población permanente en alguna parte de Centroamérica, y de una tripulación a la otra tripulación se irían relevando en aquellas tierras tan lejanas, pues seguramente hacían esos viajes cada tres años y siempre traían ricas y exóticas mercancías, quién sabe durante cuántos siglos estuvieron haciendo estos viajes. ¿Cómo es que no trascendieron o casi no trascendieron estos viajes de los marinos y mercaderes fenicios? Como buenos comerciantes que eran intentaron mantener oculta la fuente de sus mercancías y no dijeron nada, y por si acaso hasta es posible que inventaran historias para amedrentar a los que tuvieran alguna intención de cruzar el océano. No sabemos desde cuando corrieron historias como las de que el mar era plano y si algún barco se acercaba al horizonte caía por un precipicio sin retorno, o que en aquellas inmensas aguas vivían monstruos marinos que devoraban a las embarcaciones y a quienes estuvieran en ellas. ¿Hicieron correr estas historias los fenicios? Tal vez.

El caso es que los marinos fenicios pudieron ir y venir al Nuevo Mundo muchas veces y siempre fue beneficioso para ambas partes, tanto que los nativos acabaron viendo a los visitantes que venían del nacimiento como si fueran dioses y los glorificaron en sus leyendas. Pero casi nada dura eternamente en esta vida, y los viajes de los fenicios al Nuevo Mundo terminaron abruptamente. De repente, los dioses blancos y barbudos les dijeron a los nativos que se tenían que ir, que se iban pero que volverían, pero ya no regresaron jamás. ¿Qué fue lo que obligó a aquellos extranjeros a marcharse tan urgentemente? ¿Y por qué razón ya no regresaron nunca más? La respuesta a estas preguntas será el contenido de mi próxima publicación.  

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