domingo, 1 de enero de 2017

 
 

En la sala de las momias del Museo de El Cairo puede verse, entre otras, la momia del faraón Menefta I, decimotercer hijo del gran Ramsés II que reposa muy cerca. Todas las demás momias de la sala presentan un aspecto marrón oscuro pero la momia de Menefta tiene un tono blanquecino, aunque esto no deja de ser una curiosidad más.

Como es lógico, el cadáver de Menefta también ha sido examinado en profundidad y ha sido radiografiado y escaneado. Parece que este faraón murió cuando contaba poco más de 50 años de edad y murió sin dejar hijos herederos. Los exámenes científicos que se le han realizado nos revelan dos cosas, la primera es que en el hombro y antebrazo derecho tiene varias fracturas óseas, solo en ese lado del cuerpo, y el segundo hallazgo es que en la parte izquierda del pecho tiene lo que parece un gran hematoma. Los egiptólogos no saben a qué atribuirle estas lesiones, suponen que pudo haber sido en alguna batalla pero no saben en cuál ni cuándo.

Una cosa es bien llamativa en cuanto a este faraón, y es que en su estela funeraria alguien escribió en su nombre que habían sido conquistadas algunas ciudades del sur de Canaán y de la costa, dicho de otro modo, en esa zona había guerra. Pero lo más llamativo de esta estela funeraria es que en una de las últimas líneas de escritura, el faraón o quien escribiera en su nombre dice: “Israel ha sido exterminado, su simiente ya no existe”, y como todo el mundo puede comprender esa declaración es una mentira histórica. Esta parece ser la primera vez que aparece el nombre del odiado Israel en un documento egipcio y está conectado con el faraón Menefta I.
Fijémonos nuevamente en el relato bíblico. Ya han tenido lugar las diez plagas bíblicas incluyendo la muerte de todos los primogénitos egipcios, el hijo del faraón también, todo el pueblo está aturdido por la desgracia y da comienzo el éxodo. Moisés hace que el pueblo viaje en formación militar y también de noche, Éxodo 13:18,21.
La primera idea era que el éxodo del pueblo viajara por el camino de la costa mediterránea, por en medio de la tierra de los filisteos, pero Dios hizo que cambiaran de rumbo y el motivo fue el siguiente: “Y aconteció, al tiempo en que Faraón envió al pueblo, que Dios no los guió por el camino de la tierra de los filisteos simplemente porque estaba cerca, porque dijo Dios: “Puede ser que el pueblo sienta pesar al ver guerra y ciertamente se vuelva a Egipto”,  Éxodo 13:17, ¿guerra entre quiénes o contra quién?.
Parece que fue al tercer día de comenzar el éxodo que consiguieron sacar al faraón de su aturdimiento y éste cayó en la cuenta de que perdía a sus esclavos israelitas, el  faraón se puso al frente de 600 carros de guerra y marchó tras los israelitas para recuperarlos, Éxodo 14:5-9. El historiador judío Flavio Josefo del primer siglo menciona esos 600 carros de combate, y añade 50.000 jinetes y 200.000 infantes, (Antigüedades de los Judíos, libro II, capítulo XV, pág. 101). Preguntémonos: ¿Cómo pudo el faraón reunir un ejército tan grande en tan solo tres días o parte de esos tres días? No, todo indica que este faraón se estaba organizando para asestar el golpe definitivo a los enemigos de la costa, a los filisteos, Menefta ya tenía a su ejército dispuesto pero que movido por su ira ciega desvió a sus soldados y los puso a perseguir a los esclavos israelitas, él encabezaba la persecución.
Mientras tanto, el pueblo de Israel había ido costeando la orilla occidental del mar Rojo y se había adentrado en un territorio que se convirtió en una ratonera, las montañas de su derecha morían en el mismo mar y no existía camino libre, estaban atrapados con los egipcios por detrás y el mar a su izquierda. Pero Jehová Dios abrió milagrosamente el mar y acondicionó un camino en el mismo lecho del mar para que cruzara Israel. Esto fue un milagro de Dios, solo al alcance de él, cómo lo hizo solo lo sabe Dios, pero el mar se abrió en dos e Israel escapó.
Extrañamente se había formado un pasillo con sendas paredes acuosas a ambos lados, Moisés escribió que aquello se parecía a aguas cuajadas,  algo blando pero a la vez consistente, Éxodo 15:8. Fuere como fuere, el faraón no pensó en lo anormal de la situación sino que encabezando a sus tropas se lanzó pasillo adelante. Cuando presumiblemente los carros y la caballería estaban en el centro del mar, las paredes acuosas se desplomaron pesadamente con sus miles de toneladas de agua y convirtieron aquello en una especie de violenta centrifugadora, todo lo que estaba allí fue zarandeado sin misericordia. El registro histórico de los hebreos dice que este faraón murió en el mar, Salmos 136:15, pero eso no significa que muriera ahogado, simplemente se dice que fue arrojado al medio del mar y eso se ha de entender como que murió allí. Vamos a suponer que este faraón fue Menefta I y que de algún modo quedara sujeto a las riendas de su carro, con el violento zarandeo su cuerpo adoptó posturas imposibles y experimentó varias fracturas en el brazo atrapado; entonces algún objeto, quizás el carro de alguno de sus soldados, puede que su propio carro, o tal vez alguna piedra del fondo golpeó en su pecho ocasionándole una traumática parada cardíaca, eso explicaría el gran hematoma que tiene la momia de Menefta I. Así que puede que este faraón no muriera por ahogamiento.
En el mar Rojo perecieron tanto los hombres como los animales de los carros y de la caballería, horas más tarde llegarían las tropas que iban a pie y se encontraron con que todo ya había acabado y los hebreos ya se habían perdido de vista en la otra orilla. Buscarían el cadáver del faraón y lo llevarían hasta su capital.
 
 
Hasta aquí parece que tanto los hechos comprobados como el relato bíblico encajan sin fisuras, pero eso no es del todo cierto, y no lo es porque ahora nos encontramos con el gran problema de las fechas. Ramsés II está colocado cronológicamente en una época muy alejada de cuando tuvo lugar el éxodo bíblico, entre ambas cronologías hay unos doscientos treinta años de diferencia, ¿Cómo es posible? ¿Será cierto? ¿Qué puede haber pasado? En mi siguiente publicación lo explicaré.
 

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